Cosquillas al alma
- Lucas Ariza
- 23 nov 2016
- 2 Min. de lectura

Hace unos días pude asistir a un concierto de Ballaké Sissokó y Vincent Segal. Una experiencia nunca antes vivida.
No sé qué me pasó. Un par de días antes había estado en un conversatorio con Buika, en el que dijo "tio, tú no me puedes hacer responsable a mí de lo que sientas con mi música. Yo canto con toda la felicidad que tengo dentro, si te produce melancolía, mírate esa tristeza, porque es tuya, no es mía".
Sentí el concierto como una sanación. Una limpieza. El alma al aire totalmente. Desde los 30 primeros segundos, no podía parar de llorar. Una melancolía inconmensurable, una alegría profunda con raíces en una infancia salvaje y descuidada que nunca viví, pero que supongo soñé o sueño.
En cada salto que mi mente daba, creo que de tejado en tejado, me mantenía en el aire unos segundos, moviendo las piernas, riendo, como flotando; y luego, sin darme cuenta, estaba en la tierra seca, dentro, hondo, pero vivo.
Mi madre siempre presente, durante todo el espectáculo.
Que de espectáculo tenía poco, era más bien una reunión, no sé. Algo muy de verdad, que cada vez cuesta más y más encontrar cuando nos sentamos en butacas acolchadas y nos piden por favor apagar los teléfonos después de indicarnos las salidas de emergencia.
Eran “solo” dos personas, sobre un fondo negro, al servicio de la música, al servicio de "dios" (eso no podía parar de pensarlo mientras las escuchaba). El hombre como intérprete al cien por cien, como instrumento de algo que sale de él, pero que no es de él.
Uno negro, con una túnica verde brillante, con un instrumento sofisticadísimo, totalmente ligado a la tierra, con una base firme en el piso; el otro blanco, con traje de chaqueta y un violonchelo reluciente que solo tocaba el suelo por su apoyo puntual. Los dedos negros tocando cuerdas, una a una, haciéndonos saber cada uno de sus movimientos. Los dedos blancos tocando las cuerdas con un arco y también sin él, provocando sonidos que rellenaban el espacio o mejor, que lo materializaban. Ese espacio por el que la energía de las cuerdas vibrando, volaba, saltaba, se revolcaba, cantaba y reía, gemía y se quejaba...
Cada nota re-conocida me hacía ser más consciente.
Belleza. Solo belleza. Belleza y Fortuna.
Comments